Ya que estamos, voy a aprovechar este blog para colgar alguno de mis relatos, al menos hasta que se reconozca mi talento y empiece a publicar en sitios importantes y me llueva el dinero. Cuando eso ocurra, me codearé con gente mucho mejor que vosotros y podré ignoraros, pero hasta entonces sois mi único público, así que tendré que conformarme.
Para hacer una inauguración en condiciones, quería colgar un relato que ninguno hubieseis leído, así que he tenido que improvisar. Este microrrelato lo he escrito en un momento volviendo de Valtierra (de ahí el tema), y no se parece demasiado a mi estilo habitual. Ni siquiera a mí me gusta demasiado, así que aceptaré sin problemas todas vuestras críticas destructivas. Otro día ya colgaré alguno mejor.
La panadería
El martes es, con diferencia, el peor día de la semana. Los tenderetes del mercadillo llenan la plaza del pueblo, y las amas de casa aprovechan el viaje para entrar en la panadería a pagar la cuenta de la semana. Un goteo constante de ancianas doloridas y hombres infelices.
Les he atendido tantas veces que les doy lo que quieren antes de que lo pidan. Media barra para la señora María y su ciática. Dos para Rafael, mientras se queja del frío. Una integral para la carnicera, indignada con la juventud. La gente de siempre con los problemas de siempre. Sé lo que van a decir antes siquiera de que abran la boca, pero aún así escucho sus penas.
Malditos martes. Siento como si la sonrisa se me fuera a quebrar.
A las doce, puntual como siempre, aparece Vicenta con su nieto. Cuando era joven, tenía a medio pueblo detrás de ella. Ahora está vieja y arrugada. Como todos. Como yo. Intento no pensarlo y me dedico a hacer sobre sus nietos los mismos comentarios que antes hacía sobre sus hijos. Qué alto está el niño. La maestra dice que es muy listo. Pues que estudie mucho, a ver si nos sale ministro.
La anciana sonríe, aunque algo en sus ojos me dice que sabe tan bien como yo que probablemente su nieto nunca escapará del pueblo. Permanecerá preso de las costumbres y la tradición, atado al mismo destino al que me condenó su abuela el día que traicionó nuestras promesas y no apareció en la estación.
Aquel día también era martes.
2 comentarios:
Aitor, ahí va una especie de comentario filológico light, para que envidies nuestra labor y descubras el gran error que cometiste al decidir estudiar Teleco jeje :-P Sería algo así como:
“El autor describe escenas de la vida cotidiana de tinte costumbrista ambientadas en un ambiente rural, tras las cuales hay una crítica al atavismo de la vida en el campo, sus gentes y tradiciones que consigue a través de un tono irónico y sarcástico. El texto está bien estructurado gracias a mecanismos como el “martes” que recorre todo el cuento, ciertos paralelismos, etc. Mediante un estilo sencillo, y en ocasiones poético (por ejemplo, la rima listo-ministro), la selección de un léxico acorde, y un narrador en primera persona, introduce al lector en una atmósfera rural con el fin de sorprenderle en el párrafo final. Incluye tópicos como el “tempus fugit” y, posiblemente, ciertos aspectos tengan algo de autobiográfico”.
Espero que te guste :-) No sé yo si habré conseguido hacerte ver que no estamos tan locos o he empeorado las cosas.
Lo siento, María, pero no puedes hacer nada para que consiga pensar que los filólogos no estáis locos. Y ya lo de que piense que me equivoqué de carrera, es misión imposible. Teleco hasta la muerte!
De todas formas, gracias por el comentario de texto. Es la primera vez que lo hacen de algo que he escrito yo. Me siento hasta importante. Un beso.
Publicar un comentario